jueves, 7 de agosto de 2008

Débil: a las tres.

Salió del baño, no había prometido.
Se desplomó en el sillón y miró, otra vez, esa inmensidad que ya latía. Se paró, dió vueltas sobre ella. En la cocina, miró el cuadro, recordó la foto, escuchó sus palabras. Aún las escuchaba.
Tomó cuchillo y tenedor, plato y copa limpia. Descorchó otra botella.
Se asomaba de vez en vez para ver si seguía ahí. Y sí, tan real como compleja, seguía latiendo.
Decidió.
Con la servilleta en su falda empuñó el cuchillo que desangro la flacidez de la cosa. Comió uno a uno los pedazos pegajosos de esa realidad indivisible. Degustó en cada uno de ellos los tintes y lineas que antes no podía divisar.
La mesa ratona alojaba ahora solo los restos de la cena.
Ella, satisfecha de apetito y decisión perdió algunas lágrimas. Tomó dos copas más de vino. Débil para los alcoholes las cosquillas ya eran parte de su cuerpo.
Sin promesas, cerró los ojos.

2 comentarios:

  1. ¡ojalá fuera tan fácil!
    De todos modos empezar siempre es prometedor.
    Si a pesar de todo sigue latiendo, no es derrota, me digo. Sigo esperando que algún día muera.

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