Salió del baño, no había prometido.
Se desplomó en el sillón y miró, otra vez, esa inmensidad que ya latía. Se paró, dió vueltas sobre ella. En la cocina, miró el cuadro, recordó la foto, escuchó sus palabras. Aún las escuchaba.
Tomó cuchillo y tenedor, plato y copa limpia. Descorchó otra botella.
Se asomaba de vez en vez para ver si seguía ahí. Y sí, tan real como compleja, seguía latiendo.
Decidió.
Con la servilleta en su falda empuñó el cuchillo que desangro la flacidez de la cosa. Comió uno a uno los pedazos pegajosos de esa realidad indivisible. Degustó en cada uno de ellos los tintes y lineas que antes no podía divisar.
La mesa ratona alojaba ahora solo los restos de la cena.
Ella, satisfecha de apetito y decisión perdió algunas lágrimas. Tomó dos copas más de vino. Débil para los alcoholes las cosquillas ya eran parte de su cuerpo.
Sin promesas, cerró los ojos.
¡ojalá fuera tan fácil!
ResponderEliminarDe todos modos empezar siempre es prometedor.
Si a pesar de todo sigue latiendo, no es derrota, me digo. Sigo esperando que algún día muera.
No le fue nada facil...
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