martes, 11 de marzo de 2008

Se despega de ella, como yéndose, pero sus partículas quedan en su piel. A donde vas muñeco, a donde vas. Entra y sale del cuarto, ella le dice que es solo una decisión más, que entienda, que viven en la misma época, sí, pero vidas distintas, ambiguas, que se mezclaron de casualidad. El dice no creer en las casualidades, que la buscó para encontrarla y llevarla. Ella se enoja más. Le dice que no es un paquete, que no se imagina con él en ningún lado. El dice que ella es dañina, que no mide sus palabras, que ya verá. Como maldiciéndola, como echándole una maldición, la hecha de su casa le dice que no la quiere ver más, que ella debe entenderlo a él. El le pide que lo acompañe y ella dice que lo entiende pero que no puede acompañarlo en esto porque nunca lo acompañó en nada. Ni el ni ella se acompañaron nuca y sin embargo la despedida estaba siendo difícil, dolorosa. Ella siempre supo que este momento iba a llegar y el siempre supo que ella no lo iba a acompañar. Pero seguían discutiendo, peleando, para desafiar a eso que ya no cambiaria.
El se retira al silencio, se vuelve, se mete en si mismo.
Ella, descolocada, sigue fantaseando con la idea de acompañarlo, pero los ruidos de la casa la estrellan sobre la realidad.
Ella piensa y no le dice lo que piensa, como siempre.
Se separan, se van, siguen.
Se van a extrañar.

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