Camino al interior me fui dando cuenta de quien era. El colectivo estaba lleno. Todos los asientos ocupados y el pasillo cubierto por bolsas y bolsitas. Era colorido aquel relleno, había hombres mujeres, niños uno encima del otro. En un asiento de dos entraban seis y en los de uno casi tres.
Emprendí el viaje sin más que lo puesto y ya pesaba demasiado.
Primer parada, las gallinas del miedo bajaban por la puerta de adelante
Hacia calor, calor en mi cuerpo y en el ambiente. El Mercedes que me llevaba, calentaba mucho el motor y no tenia chofer. Sentada en el asiento de atrás saltaba en cada cuneta como cuando era chica y el micro cuatro me llevaba a la escuela. Era un transitar lento, por momentos era denso, el aire se volvía espeso. Me cambié de ropa después de la primer parada, me cambié la piel. Ya cuando las gallinas bajaron me sentí mas liviana. Antes de bajarse las escuche cuchichiar. La bataraza resoplaba: acá no tenemos más que hacer, nos subimos al próximo bondi que pase.
El viaje continuó. Amador se sentó a mi lado y le pregunte por qué. Su estar tembloroso no me asustó. No fue muy coherente lo que tenía para decirme y no necesité escuchar demasiado para pedirle que se bajara rápidamente. En la segunda parada, dando lastima, se bajó. El colectivo arrancó lento, como si no quisiera, pero lento también nos fuimos alejando.
Cuando agarramos algo de velocidad se pinchó la rueda, no había auxilio. Me baje desesperada, agarrándome la cabeza sin saber que hacer. Me saqué la ropa y desnuda me convertí en rueda. Circular mi cuerpo fue aferrandose al eje. Iba a ser rueda hasta encontrar un auxilio. No estaba lejos de él.